Mi primer encuentro con la diabetes

No sé si tenía 6 ó 7 años. Sólo recuerdo la imagen de mi papá empapado en sudor, acostado en la cama, inquieto… así, como en una película antigua.

Ese fue mi primer encuentro con una enfermedad que no solo le cambió la vida a él, sino que a partir de ese momento y hasta ahora, cambió la vida de mi familia de origen y de la que he formado.

Mi papá tenía 33 años. El diagnóstico: diabetes juvenil, tipo 1, (http://www.diabetesjuvenil.com/DJ/Diabetes/Clasificacion/tipo1) como la conocemos ahora. Imaginen a un hombre de casi 1.90 m. y más de 100 kilos, bajar abruptamente no sé, al menos unos 20 ó 30 kilos. Su vida nunca volvería a ser igual… ni la nuestra.

Aunque mi papá nunca fue de carácter fácil, su mal humor se acrecentó. Imaginen entonces lo difícil que fue para mi hermano menor y para mi entenderlo. Eramos apenas unos niños.

Desafortunadamente, 30 años atrás no se sabía tanto de la enfermedad y era muy limitado su tratamiento. ¿Las dietas? ¡Eran dietas de hambre! Ni un faquir las hubiera podido aguantar.

Y así empezó su ir y venir con médicos, probar medicamentos, remedios y todo lo que se puedan imaginar, con mi mamá a lado, apoyándolo y tolerándolo.

Hay muchos recuerdos de él internado porque había que bajar sus niveles de glucosa; hurgando, como un niño, entre mis cosas buscando chocolates; renegando de la dieta y mandando todo al demonio porque esa no era vida.

En 20 años que duró con la enfermedad, mi papá tuvo muchos altibajos tanto emocionales como en su salud. Su cuerpo ya presentaba muchos estragos: fuertes neuritis, algunos problemas de visión y dentales, hipertensión… Pero hay algo que siempre le admiré: nunca se rindió.

Hace casi 18 años que murió. Sufrió varios infartos antes de morir. Por cuestiones del destino murió lejos de casa, pero mi mamá dice que luchó por su vida. Y le creo.

A la distancia y ya como adulta que soy, empiezo a entender muchas cosas. Ahora entiendo que la diabetes nos robó buena parte de mi padre.

Qué difícil es entender al enfermo, pero ahora tenemos más herramientas para hacerlo, por favor no lo dejemos de lado.

Lucía Meléndez Salazar.

Mi encuentro con la reina de mi cuerpo, o cómo el hipotiroidismo llegó a mi vida.

Lucía Meléndez Salazar.

Realmente no sé desde cuando padezco hipotiroidismo. Oficialmente, me lo diagnosticaron hace como 7 años, pero ahora que hago memoria, creo que ha estado conmigo desde antes.

No me recuerdo como una niña “correlona” ni “brincona”. Al contrario, siempre huía de las clases de educación física y todo lo que me implicara hacer esfuerzo físico, a pesar de que en ese entonces, mi peso y estatura no daban indicio de la enfermedad.

Tal vez el problema inició con mis primeras menstruaciones, ya que nunca fueron regulares y tuvieron que pasar varios años, para que el ginecólogo encontrara la causa del problema: un tumor benigno en la hipófisis que, si bien, en un principio no me causaba más problema que el que las menstruaciones fueran irregulares, a la larga fue origen de terribles migrañas que me acompañaron hasta hace todavía algunos años.

Y tal vez se pregunten ¿y qué tiene que ver la hipófisis con esto del hipotiroidismo? Pues sepan todos que la hipófisis, es una pequeña glándula alojada en la parte frontal de nuestra cabeza, en un sitio llamado silla turca, y que a pesar de su tamaño (no pesa más de 600 mg. en una mujer adulta), es la que se encarga de regular la mayor parte de los procesos biológicos del organismo, es pues el centro alrededor del cual gira buena parte del metabolismo.
(http://www.monografias.com/trabajos/glandhipo/glandhipo.shtml)

Así que si esta “glandulita” no funciona como debe, empiezan entonces los problemas.  Ese fue  mi caso. Un día mi tiroides decidió que ya no quería trabajar al cien.

Pero llegar a donde estoy ahora, no fue un camino fácil. Entre la desidia y la juventud que tenía en ese tiempo (¿enferma yo? ¡Caray! ¿Si apenas tengo 20!) pasaron muchos años, en donde no tuve ni el tratamiento, ni el seguimiento adecuado.

Llegó el día que me casé y empecé a acumular kilos de más y también comencé a presentar otra sintomatología que es característica del hipotiroidismo: el cansancio. Pero siempre lo seguí asociando a mi escaso gusto por el ejercicio, a mi gusto por la buena comida y a mi ritmo de vida laboral.

Hasta que, finalmente, hace 7 años llegué -por fin- con la endocrinóloga. Más por la intención  de “bajar de peso” (que ya rayaba en el cansancio),  luego de haber intentado ya muchas dietas, algunas con médicos otras no –la verdad-.

Lo primero que hizo fue hacerme los perfiles tiroideo y hormonal. El resultado fue escalofriante: hormonalmente, yo era una mujer de 50 años, a pesar de que solo tenía 36 en ese tiempo. Me quedé helada.

¿Cómo no pude darme cuenta antes de que algo le sucedía a mi cuerpo? ¿Cómo pude quedarme solo con lo externo, es decir, con el incremento de peso? Para entonces, mi cuerpo ya “gritaba” otros síntomas típicos del hipotiroidismo: cansancio extremo, depresión, piel seca, dolores en articulaciones, entre otros.
(http://www.tiroides.net/manifestaciones_generales_hipotiroidismo.html)

Afortunadamente, no pude caer en mejores manos que en las de mi endocrinóloga. A raíz de que descubrió mi padecimiento y de que me lo empecé a tratar, mejoré sustancialmente, aunque sé que en este padecimiento nada está escrito, pues hay días buenos y otros no tanto.

Si, todavía hay días en que quisiera quedarme en mi cama todo el día, o bien, mi humor es un carrusel, pero ahora se la causa y tanto mi familia como yo, hemos sabido lidiar con esto.

También sé que el hipotiroidismo me hace vulnerable hacia otros padecimientos, de hecho, ya he presentado algunos otros, pero eso se los contaré en otra ocasión.